Como pareja eran un desastre tras otro, como individuos
verdaderamente encantadores. Ella de serpientes y él al uso. Gente corriente y moliente
pero de ley. Eso se nota enseguida, apenas cruzas tres palabras con ellos en un
crucigrama de periódico.
Habían quedado para una cita. Ella estaba esperándole como
solía hacer en la entrada del parque de esa pequeña ciudad.
Adela, estaba muy guapa y lucía un peinado de folclórica,
venida a menos, pero bien cardado, con volumen de frasco. Había estado horas y
horas, con la espuma y la laca, dándole a todo meter, haciendo bíceps, delante del espejo… para
él, solamente para él. Ahora él la miraba que se le caían los pantalones por no
llevar tirantes a tiempo. Situación tirante después de la última discusión.
-Nunca digas la última, siempre se dice la penúltima- Dijo
él.
-Sí, ya lo sé-dijo ella- ¿no ves que hice prácticas de
azafata?
- ¿Otra vez me lo vas a echar en cara?...
-No, sólo quería echarlo a suertes.
-¿De la buena?
-Hombre, pues claro… de la buena. Este hombre…
-Entonces vale.- Zanjó, a tiempo de comenzar otra polémica de
las suyas, de las buenas, buenas.
Aquél encuentro programado, era con el fin de enderezar la
relación, del mismo modo que, Adela, se había enderezado su pelo. Había voluntad por parte de los dos y también besos apasionados todavía
sin intercambiarse. Él, fulminado, casi sin respiración, se había quedado con el look de ella y ese flequillo… ni los Beatles en las mejores portadas de sus álbumes
discográficos; She love you yeah, yeah, yeah…
-¡Madre del amor hermoso!… te encuentro preciosa, ¡cómo te
meneas y qué salero llevas hoy, querida! Mira…te llevo adonde me digas… si
prefieres el burger o la pizzería… tú decides… pide por esa boca. Me tienes
rendido a tus pies de flamenca luchadora.
Después de breves intercambios de palabras esdrújulas, sobre
todo, se recordaron los malos momentos y decidieron que tendrían que afrontarlos
juntos si querían que esa relación sobreviviera. Lo último que les había hecho
sufrir más que un parto, fue algo que casi no recordaban, pero estaban seguros
de que era un asunto feo, pero feo de verdad. De no poder ni mirarle a la cara,
de feo.
-No sé cómo vamos a arreglar esto…-Dijo el muchacho a la
chica, que había sido costurera en una vida pasada.
-Habrá que sacar un poco los puños y alargar el bajo.
-Pues cuanto antes…-Añadió él, con muchas ganas de
solucionar las cosas. La tensión se mascaba en el aire cual chicle de fresa
ácida…
-Entonces ella soltó el costurero en la mesa del burger y
comenzó a descoser por aquí y por allá,
a no dar puntada sin hilo, hasta que quedó la relación perfectamente a la
medida de las expectativas de ambas partes.
Terminaron de comer las hamburguesas, con pepinillos, y de limpiarse los
morros de mayonesa de sobre -que se había resbalado por las barbillas- y él quiso acompañarla a su casa, sin más demora pues tenía que fichar por molestias varias y no
justificadas a los vecinos, después de la hora pasada la media noche, sin calabaza
apresurada ni zapato vacilón. Entonces comenzó a chispear. Ninguno llevaba
paraguas y, ¡vaya por dios!, se tuvieron que mojar el cabello para terminar la
cita romántica. A ella se le corrió la máscara de pestañas.
-Para una vez que me pongo rímel… y el peinado que es mío,
con lo que me ha costado. No sé si estaré lo suficientemente mona como para que
te quedes con un buen recuerdo de mí, hasta que nos veamos mañana.
Él le dijo:
-Me tienes para siempre, amor mío.-Esa fue la despedida.-Eres
más hermosa que una flor primaveral antes de marchitarse con el calor del sol…
con rímel o sin él. Pero me gustas natural, como el gas y como los hierbajos del
campo.
-Gracias por sacarme los colores a pasear…pero ya me tengo que marchar.-Respondió ella
ruborizada y con la melena algo rizada con las cuatro gotas que habían caído,
para no descontaminar nada de nada.
-Querida, una vez arregladas nuestras diferencias con esas manos de ex-costurera de diseño imperial, vete por donde has venido, ahí tienes tu portal, que el movimiento se demuestra andando y a mí me encantan los tuyos y también los míos, modestia aparte, alejándome hasta la próxima cita, como un galán de cine en blanco y negro.
Cada uno en su casa y Dios en la de todos, era uno de sus principios de edad media. Ahí les dejé con su felicidad a cuestas, dos caracoles en ambos sentidos. Se casan en tres meses.
Las invitaciones de boda ya están enviadas; cursis y constreñidas, incluyen cenefas trenzadas en hilos dorados. Cuanto antes mejor, así la gente
tiene más tiempo para ahorrar y comprar los regalos. Ese fue su pensamiento. No
es interés, es sólo amor y ternura.
El movimiento se demuestra andando... le dice. Ya ves tú... lo más romántico que se le ocurrió... y con eso, ella se olvidó de todos los malos ratos pasados. Anda
que te den… un anillo de compromiso y luego una conferencia episcopal.
Y fueron
felices para siempre jamás… o eso me han dicho. No supe más de ellos. Ni me invitaron a
la boda… después de hacerles un relato tan bonito… ¡Bah! Ni agradecida ni
pagada. Menos mal que las bodas, así porque sí, no me gustan. Tampoco las "porque no". No he ido ni a la
mía… Claro que, yo aún no me he casado.
Ángel Córdoba Tordesillas ©
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Acuarelita rápida de Adela, antes de que chispeara. Hecha con estas gafitas que Dios me ha dado
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