Como era algo “rata” y no le gustaba ni regalar un segundo chiquito, sin perder un ídem, le puso la miel en los labios a la mujer fiel, diciéndole que pasaría con ella el resto de su vida, si se olvidaba de aquél señor de barba, que se había largado para combatir en cierta guerra. Que sería muy feliz con él y tendrían hijos inteligentes, cuales dispositivos electrónicos.
-Los genes que tengo son de calidad inmejorable -le dijo- ni destiñen ni encogen… y Saturno, oportuno abuelo, se portará con ellos como un verdadero maestro. Y así usted no vivirá sola que también se merece que la quieran.
-Señor, mire usted, soy una enamorada de mi marido, aunque sé que me ha salido concienciado por la patria, y demás, de una forma exagerada… e imagino que cuando no sea por Troya, será por “troyo” pero no puedo olvidarlo… y aunque nunca vuelva, nada conseguirá que le deje de amar, una vez amado…
-Bien, me ha quedado meridiano que es usted mujer leal y de una pieza. Me alejaré despacio, porque me rozan los zapatos. Me queda todo el tiempo del mundo; dado que soy su dueño y señor y lo manejo a mi antojo, e iré a llorar mi pena a otro lugar donde no llueva. Me gustaba el color raro de sus ojos y esas lagrimitas que le he estado viendo brotar, en estos últimos años que llevo observándola, brillantes como diamantes… Disculpe la molestia y siga usted esperando a ese afortunado lejano… Buenas tardes, noches... dependiendo de la hora a la que el lector nos lea.
(Y a partir de ese día, Penélope comenzó a envejecer)
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
Itaca hizo del tiempo esperanza.
ResponderEliminarAsí es, Manolo. Hermoso ese viaje...
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