Nunca me ha gustado llamar la atención por mi persona, en todo caso por mis obras; en las que intento dar lo mejor de mí. De hecho, soy bastante tímida.
Recuerdo una anécdota que me sucedió de niña; si se puede llamar anécdota a un hecho repetitivo:
Teniendo seis años, cuando toda la familia salíamos a pasar el domingo a algún pueblo de los alrededores de Madrid, especialmente en invierno, cuando la noche se le echa encima al día, al volver al coche, que habíamos dejado aparcado horas antes, con intención de regresar a casa, mis hermanos echaban a correr hacia él. Yo iba tras ellos siguiendo el sonido de sus voces pero, alguna vez, corrían tanto que les perdía la pista. Entonces seguía andando por inercia, y con cierto sentido del ridículo, suponiendo que si me echaban en falta, vendrían a buscarme y que si no era así, y se olvidaban de mí, habría de conformarme y luego ya pensaría qué haría.
No entendía cómo podían averiguar dónde estaba nuestro Simca 1000 entre tantos otros coches… Y es que no me daba cuenta de que ellos veían bien. Supongo que pensaba que todo el mundo veía lo mismo que yo, es decir que no veían lo que yo no era capaz de ver. Por ello me sorprendía sobremanera su perspicacia.
Felizmente, de repente, alguno de ellos se acercaba, me agarraba o me empujaba hasta el coche, donde el resto de la familia me esperaba y mi madre gritaba muy enfadada, acusándome de hacer aquello para llamar la atención.
Ninguno se daba cuenta de que era mi falta de visión lo que hacía que me extraviara tantas veces. Mi padre le decía que me despistaba porque andaba en mi mundo, que tenía demasiada imaginación. Y ella insistía: “Te digo que lo hace para llamar la atención. ¿No ves que ni siquiera parece importarle?”.
No, nunca quise llamar la atención. No sabía exactamente lo que me sucedía pero simplemente me daba cuenta de que, por alguna razón que no entendía, era diferente -me resisto a decir minusválida- a mis hermanos, y a la mayoría de los niños que conocía, y lo aceptaba con la mayor serenidad que puede ser capaz de tener una niña de seis años.
Me pregunto si alguna vez, alguno de ellos, que afortunadamente veían bien, se fijó en la expresión de felicidad de mi cara, cuando ya estaba sentada en el Simca 1000, volviendo a casa con mi familia.
Ángeles Córdoba Tordesillas
♡♡♡♡ tierno!!
ResponderEliminarReal.
EliminarGracias, amigo, por tomarte un rato para su lectura y comentar.
Me ha encantado ese relato de aquella infancia lejana, de tus seis años con visión reducida, intentado averiguar dónde se encontraba el SIMCA 1000 de tu familia, para entrar dentro y sentirte (y sentarte) en la seguridad de lo conocido. Ahora soy yo quien tiene problemas con la vista por una mala praxis médica, pero espero recuperarme. ¿Sabías que mi primer coche fue un SIMCA 1000? Cómo decía la canción.. "Qué difícil es hacer el amor en un SIMCA 1000. Muy difícil, si. Precioso tu relato, como siempre. Eres única. Un beso.
ResponderEliminarHola. Muchas gracias por este comentario tan amable, sincero y cariñoso. Lamento no haberlo leído hasta ahora. Apenas entro en este blog. ¿Pero quién eres? Ahora ya no aparecen los nombres de las personas que comentáis. Te envío un fuerte abrazo.
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