Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

8 jun 2016

NO LE DES LA ESPALDA A LAS BUENAS POSTURAS CORPORALES

-Antonio José, enderézate que pareces una pandereta vieja.
-Mujer, intento poner la espalda recta pero me olvido de ello.
-No lo intentarás demasiado. Mira que te lo tengo dicho… que la postura es importante a la hora de escribir tantas y tantas horas delante de un ordenador de mesa, aunque lo que escribas sean bobadas. Que pareces un aprendiz de lo más básico de las enseñanzas de la vida, vida mía.
-Ay, Beatriz, no me agotes las orejas con tanto regañarme que ser obediente me da mucha pereza…
-¡Pues tú mismo!… Luego no me vengas con que necesitas un masaje como es debido. Y luego, tonta de mí, voy y te lo doy con todo el cariño ¡y zas!, vuelves a arrugarte en cuanto me descuido.
-Mira, ya estoy tieso como una vela. Prosigo con mi novela y cada quince minutos te prometo que estiraré el cuello, para que veas que no son en vano esos sabios consejos que me das, cada vez que me siento a darle al teclado.
-Confiaré en tu recto proceder… Antonio José.

Ángeles Córdoba Tordesillas ©


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