Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

25 oct 2017

LA TELÉPATA NATA

Aurelia era una campesina sencilla, vidente por el día, tenía telepatía y encima sabía bailar La Yenka, "izquierda-izquierda, derecha-derecha, adelante-atrás, un-dos-tres".

Su fama llegó hasta tal punto y seguido que en cada lugar, de cada provincia, de cada comunidad autónoma española, hablaban de la telépata y hasta los oídos de la prensa. Todos querían sondearla, para ver si podían averiguar qué tenía en la cabeza, un tal Puigdemont, a través de ella. 

Periodistas de todo el país acudieron a su pequeño pueblo a preguntarle sobre qué pensaba este señor. Supuso que por los acontecimientos actuales, ya que no le habían hecho semejante pregunta nunca antes. Y la buena mujer ni sabía de su existencia, las cosas como son.

-Miren, que no puedo darles una respuesta concreta, no insistan persiguiéndome a todas partes con la alcachofa dichosa. Y perdonen que sea tan poca correcta. Me he criado sola. Soy huérfana de madre. 
-Pero díganos, por favor, ¿qué pensamiento le llega a su sesera de este hombre con presunción de inocencia? ¿Conoce cuáles son sus intenciones? 
-¡Que les digo que no lo sé! Porque escucho un redoble de tambores cada vez que me intento comunicar con él. Tendrán que esperar a que se pronuncie. Y discúlpenme pero tengo un campo entero que atender y unos clientes que esperan.  
-¿Quiere decir que detecta alguna interferencia, tal vez?
-Llámelo como quiera. Pero a veces el cosmos tiene estas ocurrencias. Te interpone un velo de vibración, así como un Telón de acero, y una no capta bien las ondas sonoras de la mente ajena y menos las de los políticos contemporáneos que me hacen un lío las ideas con tanto pensamiento en vano. Otra cosa sería si me preguntaran por Napoleón o Abraham Lincoln. Con ellos sí podría decirles algo pero vamos… en este caso, más callada que un cactus. 
-Lástima, después de haber acudido hasta aquí con esa premura que lo hemos hecho… 
-Otra vez será, estoy segura. Esto no son matemáticas, señores. Alguna vez da error mi don. Pero me sirve para saber cuando me van a cobrar de más en el súper. ¿Y qué quieren que les diga? Para mí eso es más útil. 
-Bueno, por lo menos, antes de irnos, báilenos un poquito La Yenka.
-Ah, eso sí puedo.

Ángeles Córdoba Tordesillas


Aurelia, fotografiada por la prensa, ya harta de la persecución a la que está siendo sometida.

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