En una de mis vidas anteriores -allá por el año treinta antes de Cristo- fui vendedora de castañas, de culo gordo, también llamada castañera, y diseñadora y fabricante de joyas.
Ésta era la razón por la cual portaba en los dedos de mis abrigados guantes, varios anillos con diamantes y collares de rubíes y otras piedras preciosas, hecho todo a mano y por mí misma. Algo que, inexplicablemente, parecía extrañarles sobremanera a mis clientes. Me refiero a que vendiera en la esquina de mi calle, castañas asadas, adornada con sortijas y collares. Es decir, que fuera "forrada" de esas piezas "joyeriles"-también llamadas alhajas-.
Como todavía no se había inventado la publicidad en los medios de comunicación de la época, aprovechaba a promocionarme mostrando mis creaciones artísticas, mientras daba la vuelta a las castañas con la paleta, para que no se quemaran, cuando las asaba, y hacía los cucuruchos de papel, donde las echaba.
Es curioso pero no recuerdo mucho más de esta vida, solamente que fui feliz y, a pesar de que no me hice rica, pude vivir con cierta holgura y tuve para viajar en burro hasta la China, subidos ambos en globo, claro. Allí aprendí medicina natural; aún retengo, mentalmente, algunas enseñanzas que aplico conmigo misma en la actualidad, y con todo aquél que confía en estos trajines terapéuticos alternativos-también llamados acupuntura-.
No tuve descendencia directa, creo que por falta de tiempo. Así que supongo que serían mis sobrinos nietos los que heredasen mis joyas y el brasero. No tengo ni idea. Bah, no me preocupan estas cosas.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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