En el primer viernes de febrero, por hacer caso del GPS y del retrovisor, Adelino fue a parar con su coche al borde de un abismo gigante. Retrocedió como pudo, intentando sortear los charcos, tras la lluvia, a ver a quién le tocaba alguno.
-¡Sopla, un coche de la policía! que no me digan que sople, aunque no esté beodo, porque me pongo nervioso y me entra la rusa floja, sin ruleta.
-¡Señor, a ver si mira por dónde gira que casi me lleva por delante!-Protestó, recién pescada, la sirena de la policía.
-Yo voy donde me dice mi GPS. El que manda, manda.
-¿Y si le regalamos una máquina de hacer helados?-Preguntó con delicadeza, por ser de corazón tierno, uno de los dos policías que iban patrullando, supongamos que el bueno.
-Pues lo que diga ella, entonces. Más valgo por lo que callo y el dulce me pierde, casi tanto como el navegador artístico internamente, por lo creativo lo digo. Total, me disponía a irme de fin de semana.
-No habrá multa absurda, por esta vez. No ha salpicado con uno de esos charcos a nadie más que a nosotros porque estamos en Londres, y en los años cincuenta, que no hay problemas de tráfico porque circulamos cuatro. Bájese del auto y tome con las dos manos el cacharro, obsequio de la casa, que fabrica helados a mansalva y hasta de soja y pistacho. Esto le mantendrá entretenido y lejos del volante asesino. Ahora nos suponemos que el retrovisor tendrá algo qué decir al respecto.
-Nunca, sin mi abogado delante. –Sentenció el aludido.
-Acójanse, ambos, a la quinta enmienda y no insistiremos por este año. Aunque resistirse a la autoridad está feo y va a durar un segundo y medio. Verá-Y dicho y hecho, tirón y lanzamiento por los aires del espejo respondón.
-Bien, pues yo era feliz mirando al pasado. No hacia daño a nadie, creo. Y ahora que ustedes me han arrancado el retrovisor de cuajo, por guardar silencio, el motor se ha parado. – Adujo el conductor tomándose ya un heladito, tan ricamente. -Supuse que tardaría más en fabricar helados que en aprender a conducir, pero lo he hecho tan rápido que me ha fascinado, la verdad.
-Va todo muy deprisa en los relatos. Ya ve cómo hemos pasado por delante de usted y del 2016 a los años 50 y vuelta.
-¿Ahora estamos, otra vez en el 2016?-Preguntó con asombro el interceptado.
-Así es. Y vemos que ha empezado con astucia el año…
-Ni me he enterado ¿Y seguimos en Londres o en España?
-En España y cambiando de lado para conducir. Hágase a la idea de que ahora el adelantamiento tendría que hacerse por la izquierda.
-Comprendo. Cuánto estoy aprendiendo desde que no miro hacia atrás y he aprendido a escuchar.
-Tome, 30 euros y vuélvase para su casa en taxi pagado de profesional. Pero antes termínese el helado, señor, que nos está poniendo perdido el asfalto y para no manchar la tapicería del coche, que los taxistas también tienen corazón, por mucho que digan...
-Un momento, ¿aquí quién es el bueno? Preguntó el helado de pistacho, casi derretido, ofendido e intrigado.
-Yo, dijo el GPS.
-¡Gracias a Dios, nadie ha salido dañado salvo el retrovisor! Me encantan los relatos que terminan bien como “también”. -Agregó el helado antes de expirar.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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