Con tres años componía en pocos minutos puzzles para niños de doce, por muy increíble que parezca, y sin apenas mirar. Recuerdo que también hacia unos monigotes divertidísimos a los que bautizó con un nombre que me gustó. Le pregunté:
-¿Qué es esto, hijo?
-Es un “Gracioso”.
Consistían en una cabeza grandota, con visera, de la que salían directamente los brazos y las piernas largas e iban siempre en monopatín.
-Si que es gracioso, sí… -Le dije. -¡Pero no tiene cuello!
-No, mami, es que el cuello no sirve para nada.
Ya veis… Claro, lo que no sirve para patinar ¿para qué va a servir? ¡Para nada!
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
Tu hijo era -y seguira siendo no lo dudo-, inteligente e de imaginación muy fértil.
ResponderEliminarUn chico estupendo, desde luego, y eso es para mí lo principal.
EliminarTe agradezco el cumplido, Manolo.