No le gustaba el diseño interior de los autobuses que circulaban dentro de la capital donde residía, por su incomodidad, fundamentalmente. En un trayecto largo y en hora punta, mientras viajaba en uno de ellos, hasta arriba de pasajeros, por afición artesanal y para aprovechar el tiempo, llevando encima siempre el aparejo preciso, comenzó a desmontar todos los barrotes, los asientos, y resto de la estructura, completamente y con esmero.
-Echaos a un lado -pedía a la gente- que enseguida termino y dejo esto la mar de bonito.
Las personas se apretujaron, unas contra otras, más allá de lo acostumbrado a diario, porque Tiziano- que así se llamaba el espontáneo-les inspiraba cierta confianza.
Algunos se resistían al cambio-pero pocos- y murmuraban “¿pero qué está haciendo este tío loco?”.
-De loco nada, señores, soy un artista urbano con criterio y buen gusto y, a partir de ahora, vamos a viajar todos mucho más a gusto. Y tened en cuenta que estoy currando gratis para vosotros.
“Perdón” se disculpó la mayoría que había dudado del individuo en su sano juicio o eso parecía.
-Cuando veáis el resultado opináis u os apeáis, al gusto. -Terminó de decir.
El resultado fue espectacular. El vehículo quedó transformado, por arte de birlibirloque, en un fórmula uno pero colectivo y público. Es decir espacioso y cómodo por dentro, como el salón de una casa, a la par que veloz cual rayo de tormenta veraniega.
Como homenaje de "agradecimiento" al trabajo realizado y no remunerado, la empresa de transporte le ha hecho un monumento en la Plaza del frenopático; allí donde pidieron que ingresaran de urgencia a Tiziano, a las afueras de la capital, hasta donde no llegaban buses de esos, por si acaso.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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