Le quise porque vio en mí lo que ninguno visteis antes.
Porque sus brazos eran un mar profundo de sentimiento.
Su risa, contagiosa. Su corazón, el cielo en una noche de verano.
Y juntos, dos niños felices.
Sus “te quiero” formaban un nudo en mi garganta.
Su dolor hacía eco en mi dolor infantil.
Cada beso era un acontecimiento sin igual.
Nuestras soledades se unieron para siempre
en un amor inexplicable.
Vínculo que no soga, como otros amores.
Le quise porque no podía hacer otra cosa que quererle.
Porque cuando me tomaba de la mano, y comenzábamos a caminar,
parecía que íbamos a alguna parte.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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