-Estrella, me arrebatas los sentimientos y me subyugas, desde la coronilla hasta el extremo de mis uñas.
-Y sin querer que lo hago, Jacinto.
-Ya lo sé. Pero una cosa te digo, ese rizo de cabello que cae sobre tu frente…
-¿Qué sucede?
-Que no me termina de convencer.
-¿Y eso por qué?
-Te hace parecer egipcia sin serlo o una falsa Estrellita Castro.
-Menudo disgusto que me das, amor mío. Ayer mismo me decías que todo en mí era belleza cósmica ¿y ahora me comparas con una simple estrellita?
-Primor, vamos a ver, no te mentí ayer, porque la pasión que me haces sentir casi me ciega pero hoy, que puedo ser más objetivo con lo que tengo ante estos dos ojos, sin lentes reversibles, no se me pasa por alto este pequeño detalle que no te hace perfecta. Pero consuélate, mujer, que sigo prefiriéndote en mi vida antes que una paella, con lo que me gusta comer…y siendo de Valencia.
-¿Y entonces, todas esas palabras que me dijiste, sobre que tú ya no eras el mismo, desde que había entrado en tu vida, y te había convertido a la fe del amor, eran mentira?
-En absoluto. Eran totalmente ciertas… anteayer.
-¿Y mañana entonces qué me dirás?
-No lo sé. No te impacientes, ya improvisaré. Tal vez me fijaré en tu escote de barca que es demasiado amplio, o en esas caderas anchas a lo portuguesa, o quizá en las arrugas de tu frente que te hacen parecer más vieja. Pero no te preocupes, cariño, que serás la primera en saberlo.
-Muchas gracias, hombre. Todo un honor… Por cierto… ¿Tú tienes espejo?
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
No hay comentarios:
Publicar un comentario