Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

29 may 2015

LA CULPA

Aliviar el peso de la culpa,
sobre su alma, cargada,
quisiera,
para poder viajar ligero,
alrededor de su soledad
y mirar a los ojos
de los que ama.

Por un resquicio de su puerta
la luz espera entrar
e invadirlo todo de claridad,
si él la dejara pasar…
pero no la deja.

No quiere hurgar
en lugares incómodos,
donde los recuerdos
se amontonen, desordenados,
dentro de ese desván
de la conciencia
tartamuda…

Cuánto desearía
ser capaz de limpiar
las telarañas tejidas
alrededor de los álbumes
de fotografías personales.

Tal vez algún cuento,
apareciera,
como por encanto,
recordándole la pureza
de aquél niño
que dejó de verlo idealizado,
bajo una alfombrilla vieja
o un sonajero en mal estado.

Maldito pasado,
cómo husmea,
carente de escrúpulos
y sentimientos,
sin cejar en su empeño,
conminándole a entrar
en esa fría estancia,
oscura, vieja y húmeda.

Aliado con el miedo,
terribles, feroces, impíos, ambos.
Y él que, autoindulgente,
con los años,
ha aprendido a serlo, 
se sacude la vestimenta,
con cierta indolencia.

Su piel se ha vuelto dura
y resistente
o demasiado sensible,
y quizá por eso…

Decide que no le gusta ese cuarto
y no quiere entrar
y no entra.
Pasa de largo.

Qué alivio,
ya es la hora de la cena.
Y luego, puntual,
viene Morfeo… y le lleva.

Nunca recuerda sus sueños
ni tampoco lo desea,
como la cara
de ese niño
que cada día le mira...
desde el espejo.

Ángel C. T. © 

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