Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

1 sept 2016

LA QUE ARMÓ PORQUE NO ERA LA PALOMA DE LA PAZ

Una alondra, en la hora de la merienda, sobrevolaba risueña un Mercadillo de barrio. Alguien compraba membrillo, mientras otro calzoncillos al peso, en ese preciso momento.

El ave, de forma simpática y espontánea, como era ella, soltó dos de sus caquitas, con todo su cariño, sobre las compras que he dicho. Los compradores se pusieron furiosos por el engranaje de excremento.

-¡Buenas tardes, se dice, al menos, al pasear por los cielos! Maleducada y un poco atrevida, por no decir guarra, señora urraca.
-No soy urraca, que soy alondra y tengo parcela comprada en poesía moderna.
-Eso, dátelas de bohemia… ¡Pero la cagada la hemos de limpiar nosotros!
-Yo el membrillo, ya no lo compro. No soy idiota. -Dijo la señora viuda por parte de marido, y golosa, muy molesta.
-Bueno, eso siempre y cuando el vendedor acepte el dulce una vez pagado. Lo tiene crudo… el membrillo digo. -Expuso de forma contundente el que tenía intención de adquirir ropa interior.
-Crudo o como sea, no me voy del mercadillo sin mis euros en el bolsillo. Yo no tengo culpa de que un pájaro consentido haya echado encima sus caguetitas en este mismo momento. –Insistió la señora educada y de buena familia.
-Su hora sería, de dar rienda suelta al vientre pajaril.-Añadió el otro damnificado.
-Por favor, no justifique esa conducta que no merece disculpa alguna.-Atajó la susodicha.
-Pues señora, lo comprenda usted o no, nosotros no podemos devolverle el vil metal, por una alondra que ni nos va ni nos viene y que puede que ni sea alondra.-Comentó de forma vehemente, negándose a soltar la pasta de vuelta, el tendero del puesto de postres.
-Vaya… buena tarde me ha dado el dichoso pajarraco y bla, bla, bla.-Seguía lamentándose la dama indignada.
-¿Y yo qué? Sin estrenar la ropa interior y ya la tengo como usada, para tres veces lavarla antes de ponérmela. –Protestó el caballero sin calzones puestos.

La alondra se reía, a carcajadas, lejos, pues ya hacía tres siglos que había emprendido el vuelo, y los otros seguían discutiendo. Moraleja: Que cada uno encuentre la suya. Yo aquí lo dejo. La alondra me espera.

Ángeles Córdoba Tordesillas ©


Alondra feliz, importándole todo un rábano y medio. 

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