Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

2 nov 2016

EL GLOBO NEGRO

El Miedo era un globo negro con el que iba a todas partes. Siempre su mano ocupada, sujetando su hilo con fuerza, para que no se escapara volando. 

Un día se pinchó y explotó, tan frágil era… El miedo sólo contiene vacío y el vacío se disipó. La niña al principio se quedó triste pero después de un tiempo, se sintió libre, para jugar con todo lo que quisiera.

Es extraño, -pensó- tanto tiempo creyendo en que no sabía qué haría si mi globo se fuera… y resulta que ahora soy más feliz de lo que nunca fui y nunca pensé que sería. Y no podía parar de reír de alegría.  

Ya no quiso globos negros ni siquiera de colores. Camina, corre, salta, baila, juega. Se siente tan ligera que hasta podría volar ella sola, si se lo propusiera. No hay nada a lo que esté atada su mano ni su conciencia.

Y es que los humanos tememos hasta perder el propio miedo. Por esta razón nos aferramos a él, sacrificando, con ello, nuestra libertad.

Ángeles Córdoba Tordesillas ©


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