Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

7 abr 2016

COMO UNA SOMBRA

Te reconocería en cualquier parte donde te encontrase, y hasta sin careta. Y resulta que juegas a ocultarte. Te encontraría aunque nunca te buscase, dolorida, fatigada y desfallecida por el hambre, a rastras o con los ojos vendados. Te escucharía con oídos ajenos, con lenguaje extranjero aún te entendería. Te presentiría, cada vez que vinieras de visita con una vida de antelación, incluso con dos. Y hasta de regreso de alguna guerra, marcada o herida por armas letales, dañada, te atendería, te cuidaría con mis propias manos y te curaría.

He aprendido a entender tus mensajes, la sabiduría con la que escribes tus ruegos y preguntas, en los cuerpos de la gente o en sus mentes.

Conozco tu religión universal, por tanto, también la mía, sin barreras ni dioses revanchistas ni vengadores. Tus fronteras, más que difusas, inexistentes. Tus medios y tus fines. A interpretar tus señales subliminales, he aprendido. Doctorada estoy en algunas de las materias que impartes. 

Son muchas vidas encontrándonos, reconociéndonos, ensayando para el día del estreno. La obra no es larga ni corta. Dura lo que tiene que durar. Lo principal es que hemos aprendido a respetarnos.

¿A amarnos?

No me pidas tanto, enfermedad, que soy una diminuta molécula, en tierra de nadie y obediente, asumiendo lo que me corresponde. Tal vez por mi falta de juicio, o cierta ingenuidad e incomprensible comprensión, nunca me he revelado.

No, no me pidas tanto.


Ángeles Córdoba Tordesillas ©


7 comentarios:

  1. Fabuloso lo que has escrito. Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Celia. Me alegra que te haya gustado.

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    2. La enfermedad y yo viejas conocidas...

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    3. Ahh cómo conocemos a viejas compañeras cuando aparecen, normalmente sin que nosotros las llamemos.
      Qué hermoso puedes escribir corazón.

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    4. Muchas gracias, Manolo. Qué hermoso puedes leer...

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  2. Como de costumbre...otra reflexión magistral acerca de la enfermedad, el dolor, la vida y la muerte. Un fuerte abrazo y feliz lunes.xx

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    1. Qué generoso en tus comentarios, David. Msgistral poco pero reflexiva, mucho.
      Gracias.

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