La autoimportancia, se sentó tres lugares por delante de la autoestima:
-Yo no me siento cerca de ésa. Cuanto más lejos estemos, mejor. No quiero que se me pegue su expresión de “todo está bien cómo está” y su buen conformar.
La autoestima que la escuchó, pues era imposible no hacerlo, ya que hablaba a voz en grito, exclamó:
-Apriétate bien el cinturón, por si tú misma te haces caer. Puede que estés muy confiada y no encuentres a nadie esperándote para que te sostenga después.
El autoengaño, echando para atrás el respaldo de su asiento, sonrió sarcástico, a su lado, pensando que la cosa no iba con él pero todo estaba por ver. Mientras, la autocomplacencia, desde aquello que no era un tren, contemplaba con qué placidez un precioso gato disfrutaba del soleado día, en el alféizar de una ventana.
-¡Oh qué maravilloso espectáculo!- Exclamó.
-¡A ver!-Dijeron todos a una, incorporándose en sus asientos.
Y después de la primera clase, vinieron muchas más, en fila india y con ganas de enseñar a todo “auto” dispuesto a aprender algo.
(Clases los días lectivos, consultar horarios y honorarios)
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
Fotografía hecha con estas gafitas que Dios me ha dado. |
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