El conductor fue bastante amable porque me abrió la puerta, habiéndola cerrado ya, en la misma parada, y la mayoría de las veces no lo hacen.
Había un asiento vacío, detrás, en la parte de la ventana, y allí me senté. En la siguiente parada ya no había ninguno libre pues se llenó de gente; ya se comienza a notar el regreso de muchas personas de las vacaciones, por estas fechas.
En un momento dado, el conductor pisó el acelerador y de repente vemos con asombro como no sigue el recorrido habitual. Comenzamos a ver carretera, carretera y más carretera, donde no había paradas de la EMT. Íbamos por la autopista, nos salimos del centro de Madrid -¿Qué pasa, qué sucede… adónde nos lleva este tío?-Comenzaron a murmurar. Algunos le gritaron: -¡Oiga, oiga, ¿qué hace… dónde vamos?!
Unos segundos de pánico total. Nos miramos unos a otros y creo que todos pensamos lo mismo: Un terrorista está conduciendo el autobús y nos lleva secuestrados, probablemente con intención de estrellarlo, o terminar por matarnos, de alguna otra manera. El caso es que nadie hacía nada. Todos estábamos a la expectativa. A ver qué era lo que pasaba…
Por un momento, sentí algo parecido a lo que transmitía el personaje de José Luis López Vázquez en La cabina: Sensación de estar atrapada, sin salida posible, con la esperanza de que alguien hiciera algo para cambiar un destino que parecía inexorable -a merced de quien podría ser un loco, en este caso-. Pero dentro de un autobús en marcha y a esa velocidad que había tomado, había pocas opciones de ser rescatados. Cuando la policía, los bomberos, o quien fuera, quisiera enterarse de aquello, ya sería demasiado tarde.
Entonces musité, “ay, Dios mío…” y cerré los ojos, confiando. Al momento, alguien dijo: -...Que se ha pasado el desvío y tiene que seguir adelante, hasta poder dar la vuelta. Bueno… todos contentos. A nadie pareció importarle la pérdida de tiempo. Respiramos aliviados.
Sientes como si te devolvieran algo que, aparentemente es tuyo y a lo que tienes derecho: La vida.
Después pensé sobre lo curioso que es el hecho de que, tal vez, vivir demasiado pendientes de los medios de comunicación, puede llevarnos a una sugestión colectiva. Percibí en nosotros un sentimiento de indefensión aprendida (En Psicología llamamos IA a la condición en la cual una persona o animal, se inhibe antes situaciones aversivas o dolorosas, después de haber sido violentada). Nos vemos incapaces de cambiar nada, pensamos que hagamos lo que hagamos no vamos a encontrar opciones para liberarnos de una determinada situación. Simplemente la aceptamos Así que se deja de dar cualquier tipo de respuesta.
Por segundos todo el mundo quedó quieto y callado, sin reaccionar. Nadie miraba el móvil, ni enviaba mensajes, ni hacía llamadas, cada uno concentrado en su propia vida, hasta saber qué pasaba. Lógicamente, queremos entender lo que sucede en cualquier situación y cuando algo no comprendemos, nos paralizamos.
Una vez ya verbalizada la respuesta que nos hizo saber qué ocurría, la gente sonrió y la mayoría comenzó a enviar mensajes y demás. Todo “regresó a la normalidad”. Alguien comentó en voz alta: -Hombre todos nos equivocamos pero el conductor podía haber dado una explicación. Algo así como, me he pasado de largo, tranquilos. No le costaba nada.” Pero es que él, simplemente, no se puso en nuestro lugar, estaba buscando la forma de enmendar su error lo antes posible. Puede que su cabeza no estuviera muy presente en el presente y esa fuera la razón por la cual nos pasamos el desvío de marras. Y así funcionamos, en general, no es rara excepción.
Y por otra parte, me doy cuenta de lo vulnerables que somos y que de tantas diferentes maneras ponemos constantemente nuestras vidas en manos de los demás… como corderos confiados. Pero lo peor es ponerlas en manos del miedo, porque no podemos vivir permanentemente en la desconfianza.
Total que el recorrido se demoró media hora más de lo previsto pero, verdaderamente, eso fue lo de menos. Regresé a mi casa sin haber ido adonde tenía que ir pero, felizmente, viva.
En este caso, todo ha quedado en una simple anécdota que os he podido contar. Soy afortunada por ello.
Ángeles Córdoba Tordesillas
No me he visto en ninguna de esas, aunque recuerdo que una vez el conductor de un autobús en el que yo viajaba, se saltó una parada. La gente no sólo no tuvo miedo, sino que que quienes se iban a bajar en esa parada, gritaron y protestaron, diciéndole de todo al chófer. Clato que a día de hoy, con la obsesión permanente en que viven muchos, tal vez más de uno pensaría que podíamos estar en manos de Cuba terrorista. Escribes muy requetebien
ResponderEliminarGracias, Manolo, por aportar tu experiencia en paradas de rigor "autobusil" que no se cumplen oficialmente.
EliminarHabrá tantas anécdotas como conductores o como usuarios o como autobuses o como...
Afortunadamente no pasan de ser anécdotas, eso es lo principal.
Que tranquila me he quedado yo tambien.Por que cuando decias, que podria ser un terrorista, me estaba poniendo de los nervios.Un beso.
ResponderEliminarClaro, supongo que porque no te había contado nada, pero así fue, Celia. Breves instantes en que cundió el pánico en el autobús urbano. Ya pasó. Un beso.
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