-¿Qué me traes ahí, esa cara compungida como ninguna, cuando blanca está más bonita, del color de la luna?
-Es que estoy todo arrebolado y de paso, enojado.
-Dime tus quimeras, carencias o vertientes del alto Ebro, vida mía, no me dejas otro remedio que entenderte... y de forma gratuita.
-¡Qué gran consuelo eres, Alegría!
-Es que me temo que si no lo hago, me vas a dar el día.
-Ven acércate a mi corazón y te susurro mi canción.
-De eso nada, monada, que me contagias la apatía. Haré lo que pueda pero desde aquí mismo, que todavía tengo que preparar el almuerzo. Te echo una sonrisa para que te vayas contento y déjame que siga con mis remiendos… todos los necesitan. Son como mimos pero llenos de colorido extra.
-Pues confiar en ti quería. Es que no veas qué mañana llevo… todos los bosques se vuelven contra mí y se me encogen.
-¡¿Pero qué dices, qué bosques son esos?!… de mala calidad, como poco. A ver si te han tangado donde quiera que los hayas comprado.
-Pues de hayas se trata, precisamente. ¿Qué sabes del tema, exactamente?
-¿Un bosque de hayas? Pues ve y que te lo cambien por otro de robles, son más elegantes, y mucho más nobles, y no te encogerán ni el corazón. Di que vas de mi parte. No te pondrán pega alguna y si lo hacen, no les paso ni una de aquí en adelante.
-Gracias por tu consejo, Alegría, vaya cómo te esmeras con tus enemigos… me has alegrado el día. Qué afortunados pues, tus amigos, que se llevarán tus mejores consejos envueltos o puestos, o sea la mejor parte de este cuento.
-¡Con Dios, Agobio vecino! a ver si se te soluciona eso y no te veo en un año o en un siglo.
Desde luego… es que no sabe una cómo hacer ya, para seguir la corriente a esto locos de tornillos flojos, sin sistema de conducción eléctrica alternativa ni agua corriente. El caso es que se vaya dando saltos y que me deje con lo mío. Tan feliz que está una y ni asomarse a la puerta puede, sin que le venga alguno con una monserga de aúpa. ¡Vaya, con su bosque de hayas!… Anda, anda, que siempre tenemos una excusa para sentirnos mal. Haya querido la vida que se vaya y no vuelva, aunque sea sin su mala sombra, nunca más.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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La alegría de vivir. Henri Matisse. (Francia 31/12/1869-3/11/1954) |
Es un poema-relato, casi una minipieza de teatro llena de encanto, con el trasfondo de la esperanza, del consuelo. Me gusta mucho, pero las hayas también son muy buenos árboles, jajaja.
ResponderEliminarLas hayas son fantásticas, donde las haya, y su madera muy buena para trabajar con ellas pero, según opinión de la alegría, que no mía, los robles son más nobles... y alguna solución tenía que ofrecerle a este señor, llamado Agobio, que llegó todo compungido a pedir auxilio a su vecina.
EliminarGracias, Manolo.
Menudo trabajo tiene Alegría con Agobio, menos mal que ella tiene salida para todo.Aunque también es verdad ,que en el mundo que vivimos hoy poco le va a durar la tranquilidad .Hay muchos Agobios sueltos por ahí y algunos por simplezas.Espero que se encuentren con Alegría pronto y seguro que les ofrece mil soluciones para sentirse feliz ,con esa gracia que la caracteriza, jajaj.Muy bueno ,eaaaa !!
ResponderEliminarYa ves, Joaqui, a veces se reúnen ambos en la misma casa y hay que saber echar de ella al Agobio, con la misma frescura y tranquilidad que consigue hacerlo la Alegría. No estaba dispuesta a que le contagiara su amargura.
EliminarUn abrazo, amiga, y muchas gracias por tu optimista comentario.