Una coliflor cocida, y en su cazuela, se estremecía de frío en la nevera. Y se lamentaba en voz alta:
-¡¿Para eso me han arrancado... para darme esta vida de pena?!
Un huevo que la escuchó, se compadeció de ella, pensando en que ni sospechaba el final que le esperaba…
-Nena-le susurró- nos vamos a escapar los dos por peteneras. Yo también amo la libertad y estoy dispuesto por conseguirla a lo que sea. Ahora ya tengo doble motivo para ello… pues tu figura bella me hechizó desde el primer momento que puse sobre ti mis ojos de huevo fresco.
-¿Quién me habla, pardiez?... –preguntó ella.
-Soy tu vecino, el huevo duro… que nos vamos a fugar juntos con un plan, en cuanto lo tenga maduro.
-Pareces intrépido, eres joven y apuesto. No sé que más quiero… Si logras salvarme de este encierro, serás para mí, como poco, el héroe de mis sueños.
-Mañana, a última hora, cuando abran el frigorífico, estate preparada, amor mío, que te libro de este cautiverio para siempre. Verás que es cierto lo que te digo.
-De emoción llorar deseo… pero me esperaré a la próxima madrugada, por si no es verdad luego, que ya en muchas ocasiones, otros, me han dado palabras que, a última hora, no cumplieron, y por no dejar a la lechuga como un sopa de verdura…
-Tranquila, reina mora, que la felicidad nos espera, al otro lado de la nevera.
-A ver, a ver… Muy calmada no estoy, más bien inquieta, por la impaciencia.
-Bien… ya tengo preparado el itinerario… tranquila, mi vida.
-Qué seguro te veo...y zalamero. Esperaremos, confiando en que ese plan que has trazado, en un abrir y cerrar de refrigerador, la felicidad nos traiga a ambos.
A las doce de la noche, hora bruja fría, alguien de par en par dejó abierto, en aquella casa de barrio fino finolis, dicho electrodoméstico, mientras sacaba una botella de leche de vaca sin lactosa para ir a dormir con algo calentito en el estómago.
-Sube a bordo de mi nave, cariño, que nos vamos a la libertad y sin destino concreto.
Y allá partieron, con todo su entusiasmo, rumbo a la eternidad de algún
punto limpio, sin saberlo, sobre un cartón de tetra brik vacío, de zumo de manzana y uva, dos alimentos perecederos. El resto del grupo daba saltos de alegría por haberles perdido de vista, dijeron… “¡Ay, de la que nos hemos librado, esos dos olían peor que una mofetilla!”…
Ángeles Córdoba Tordesillas ©