A Julita que no era hacendosa para las tareas domésticas ni municipales; una vez le robaron a conciencia el abrigo con la billetera dentro y se alegró porque decía que así ya no tendría que coser un botón que se le había desprendido sin permiso, la tenía todo el mundo por una loquita que veía el color rosa por todas partes por donde andaba con sus gafitas inventadas. Pero yo simplemente creo que era una persona positiva que sabía ver el lado bueno de las dos orillas de las cosas.
Cuando se le escapó el perro no se entristeció sino que pensó: “…Habrá encontrado otro dueño que sea mejor persona que yo y estará tan contento, moviendo el rabo como un loco. Y sinceramente, lo celebro. Él sabe dónde vivimos. Si quiere volver, volverá y si no, le deseo toda la felicidad”. Ni una lágrima soltó por aquella pérdida canina. Se consoló con su sabia doctrina.
Cuando desapareció su novio, allende los mares, tampoco esta vez hubo llanto ni a plazos. Sólo sonreía y meneaba el esqueleto, bailando salsa barbacoa, mientras hacia la comida del mediodía. Se conformó diciendo: “…Habrá sido por encontrar algún tesoro perdido, tal vez en el fondo marino, en un buque fantasma hundido en la Suecia del siglo XVI o en los ojos de alguna mujer que le ame más y mejor que una servidora. Seguro que sí es así, le irá todo muy bien y yo me sentiré dichosa por él, porque cuando se quiere de verdad, se sabe soltar amarras por la felicidad del otro”.
-Julita por favor, ¿qué estás diciendo?... Estás sola, no tienes casa y mides poco… ¡¿Cómo puedes ver el lado bonito de la vida siempre, hasta cuando te da la cara más fea?!
-La fealdad no me asusta. Estoy acostumbrada a ella desde niña. La reconozco cuando la veo cada día en el espejo haciéndome burla. Pero también he aprendido a ver más allá de su reflejo y, detrás de la fealdad, normalmente, hay una belleza extraordinaria, esperando a ser descubierta en cada circunstancia. Y no me importa que opines sobre mis actuaciones y devociones, pero debo decirte que últimamente lo haces en demasía, aunque sabes que te aprecio, no sé si es correcto que un monigote, sin DNI, me saque la lengua todo el rato.
-La guardaré para otro momento. No vaya a ser que me dé por decir las verdades y no te guste, de nuevo.
-No te preocupes, me encanta tu sinceridad incondicional con desfachatez y locuacidad. Soy muy afortunada por poder hablar con todo, hasta con el Boletín Oficial del Estado, y optimista por naturaleza. Creo en la bondad humana, y en la de las iconos y stickers, y nadie me va a convencer de lo contrario, ni siquiera un maravilloso monigote como tú, dibujado, por mí, a mano.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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Caricatura de La Optimista, alias "Trocito", hecha por estas gafitas que Dios me ha dado.
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