Huellas de amores servidos en bandeja de plata
que luego el viento se llevó lejos
y nunca volvieron a besarnos…
Heridas que por momentos sangran.
Cicatrices que, creyéndolas cerradas,
se abrieron susurrantes, aún dolientes,
gimiendo,
gritando un nombre
no al azar, como en los juegos.
Prohibiciones que nos hacemos
y promesas de no volver a abrir las ventanas
de nuestro cuerpo a los rituales de la carne
por no pecar en el refugio del alma.
Y para no caer en la tentación
nos acercamos sólo a rastras,
porque tememos…
y al mismo tiempo, atraemos
aquello que nos da miedo.
Pero nos subyuga lo que nos hace recordar,
aunque sea un momento,
que somos mortales y
que un día nos quisieron.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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