PRIMER TIEMPO:
Érase una vez, en una galaxia cercana a la nuestra, un planeta, donde todos sus habitantes eran luz.
Uno de ellos, un pequeñín muy travieso, un día al pasar un cometa se colgó de su cola.
Salió a dar un paseo cósmico, pero... al girar en forma muy cerrada el cometa, lo desprendió de su cola.
Gotita de Luz, quedó sin nadie en el espacio infinito, al ser tan curioso, observó un túnel y se metió dentro de él.
Todo estaba oscuro a no ser, por una luz brillante al fondo del mismo.
Allí se encaminó y ¡vaya sorpresa!... en su final, encontró seres que desconocía. Unos lloraban otros reían. Hasta que se le acercó una humilde mujer y lo tomó en sus brazos
Al mecerlos en ellos lo miró con dulzura y le dijo:
Te llamaré ÁNGEL.
(Irma Yolanda Jurirch Bertetto)
……………………
SEGUNDO TIEMPO:
Bastantes años más tarde, aquella señora, mientras narraba esta historia a sus nietos -Sofía y Franco- se dio cuenta de que ella era esa Gotita de luz, y el túnel oscuro por el que viajaba aquél día, tras haber sido despedida por el cometa, y en el que descubrió la luz al final del mismo era, ni más ni menos que, el canal del parto o del nacimiento.Y aquella mujer humilde, que la esperaba y la acogió con todo su amor, su madre; la ternura de esos brazos era imposible de olvidar, estaban allí para reconfortarle con todo el calor, la protección y el cuidado que necesitaba.
Las personas, que así se llamaban esos seres tan especiales, expresaban todas sus emociones de una forma curiosa, muy diferente a como ella estaba acostumbrada. Como narraba en su historia, reían, lloraban, cantaban, bailaban...sentían todo con mucha intensidad. A veces sufrían, otras disfrutaban pero siempre a merced de esas emociones.
Entonces, Irma, se dio cuenta de que en realidad todos ellos provenían de la misma galaxia y de aquél planeta Luciérnaga, como recordó que se llamada, y que dentro de ellos, de cada uno, aún seguía brillando, con igual fuerza, esa luz, que fueron un día. Esto le produjo una gran paz interior. Todo comenzó a tener sentido. Fue una auténtica revelación.
Así que, con una gran seguridad y confianza, le vinieron a la boca unas palabras de una forma casi automática y pudo pronunciar el siguiente pensamiento:
“La vida, este milagro indescriptible, consiste en ir tomando conciencia de esto. Todos somos luces de puro amor, bondad vestida de carne y hueso, sencilla y felizmente, queridos míos”.
Irma vio que sus pequeños nietos sonreían contentos, mientras la escuchaban emocionados y la miraban con los ojos muy abiertos, pese a que el sueño les estaba venciendo. Tras escuchar relatar la historia, los niños le dieron un abrazo grande y cariñoso a su abuela y le dijeron “gracias”. Después se durmieron, plácidamente, con toda su inocencia, mientras sus lucecitas no dejaban de brillar y ella podía verlas ahora, con total claridad. Imaginó lo bello que sería, a partir de ese momento, reconocer en cada ser humano aquella luz tan familiar.
Una vez hubo arropado a los pequeños, la abuelita algo cansada del ajetreo del día y profundamente conmovida por aquél secreto que había encerrado en sí misma durante toda su vida, y que había dejado de serlo, sintió la necesidad de cerrar sus ojos, sumergirse en esa serenidad que tanto ansiaba e intentar recordar ese lugar maravilloso del que provenía:
El planeta Luciérnaga.
Ahora sabía que nunca dejó de ser una luz; esa Gotita diminuta pero capaz de llenar completamente de amor el más inmenso de los océanos.
FIN... ¿O COMIENZO?
Ángeles Córdoba Tordesillas (Dedicado a mi amiga Irma)
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