Nadie le había dicho que aprendiera a doblar la ropa y mucho
menos se había tomado la molestia de enseñarle. Ahora Vicisitudes, tenía que
ocuparse sola de su casa y del arreglo personal de su marido. Todo por haberse
casado enamorada.
El marido, comerciante de pueblo, hombre sibarita, honrado y trabajador de salario escaso -pues
no daban las ventas como para comprar un cochazo- se había matriculado en una
escuela de música a aprender piano clásico, para soportar la frustración de no
tener auto propio.
Una vecina harta de los ensayos de Aurelio, que así se
llamaba el tendero, vendedor de deliciosos caracoles maleantes, se paró frente
a la puerta de la casa de Vicisitudes y de su marido, para expresar su fastidio y
dispuesta a llegar por leyes adonde tuviera que llegar para que ese criminal
del silencio terminara por siempre de darle a las teclas del tormentoso
instrumento. Ring, ring:
-Buenas tardes, Apoteósica.
-No muy buenas, no. Y sé porqué lo digo. Tengo dolor de
oídos hasta en la cena.
-Cáchis en la mar salada.
-Ya.
-Mi Aurelín que ensaya.
-No me venga con esas… Ya sé que ensaya, y no pasará de eso,
es malo el condenado hasta para matar de aburrimiento a las moscas.
-¡Apoteósica… no será para tanto! Hablando se entiende la
gente. Pase, pase… tal vez en su casa, se sienta sola, y lo que le apetezca sea
charlar un poquito con gente de bien.
-En absoluto. Yo en todas partes me siento sola, no necesito
su ayuda para eso, ni psicología inversa… ¡Faltaría más! Ni me molesto en entrar, que yo sé lo que son estas
cosas. Terminan como terminan… convenciéndome para que no les denuncie y comprando mi dignidad con regalos inútiles, invitándome a viajar por las Italias, pagándome
las facturas del agua, el gas y la luz… y a lo mejor hasta me meten mano.
-¡Por Dios y por todos los santos! Eso nunca. No somos de
tríos más que cuando jugamos al poker con los amigos, mientras no saquemos
escalera de color, claro está. Y mi marido me ama hasta la extenuación, jamás
se fijaría en otra. Y por su puesto, las facturas que se las pague su tatarabuela,
por parte de padre, si vive, con el IVA incluido.
-Pues será un marido modélico, pero desde luego como músico
es un total y absoluto tormento.
-Es muy dura con él… No le ha escuchado bien. Hace unos días
que compone sus propias melodías. La última dedicada a usted, precisamente…
hermosísima.
-Bah, no lo creo.
-Tengo la sensación de que esto le viene como resentimiento, desde que
sacudí sin darme cuenta las migas del mantel, por la ventana, y cayeron sobre
sus bragas tendidas al sol, como las de la Irene del Serrat.
-En absoluto. Créame, eso ya está olvidado. No me cambie de tema que lo
que nos ocupa es muy grave. ¿A usted misma no le importa que su marido se pase toda la
noche y la madrugada toca que te toca, ese maldito piano que está más
desafinado que una rata vieja y ronca?
-Mire, yo también amo a mi marido hasta la extremaunción, me
hace feliz que él lo sea, mientras zurzo los agujeros de sus calcetines,
plancho y preparo la cena. Si su deseo es dedicarse a componer música en su
tiempo libre, que haga lo que quiera… a mí… como si nada. Pero como nadar no
sabe… pues lo que sea. Buenas tardes. Ha sido un gusto el saludarla.
FIN
APOTEÓSICO CON SERENATA NOCTURNA
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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De izquierda a derecha, Vicisitudes y Apoteósica, pinturita rápida, hecha con estas gafitas que Dios me ha dado.
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Apoteósica puede estar feliz de que al bueno de Aurelio no le haya dado por la batería. Creo que eso no lo soportaría ni el amor incondicional de Vicisitudes. Loco relato son música de fondo... o algo así.
ResponderEliminarApoteósica va ya por la tercera vez que sube a casa de sus vecinos a expresar sus quejas pero, al parecer, en la última ocasión ya ha aceptado entrar a escuchar esa melodía que había compuesto para ella Aurelín. No le convenció del todo pero han pactado que si le compone una sinfonía completa no va a los tribunales, mientras duren las fiestas, eso sí. Gracias Francisco. Me parece que te gusta el piano más que la batería... de cocina.
EliminarPues sí. Aunque toco fatal ambos instrumentos.
Eliminar¡Pues nada!... Quizás se te dé mejor...
EliminarBastante mejor.
EliminarHace años tuve un vecino infante que tocaba el violín; para mi que tengo, creo yo, oído para la música, el niño rascaba el violín hasta conseguir del instrumento un sonido más parecido al maullar de un gato; alguna vez podía adivinarse alguna pieza musical, pero tan mal interpretada, que cualquier músico callejero lo habría hecho mejor. Era además un auténtico "pesao"; tal vez sus padres pensasen que tenían a un Sarasate en ciernes, pero lo cierto es que las horas que el nene "acariciaba" el violín, incordiaba un rato.
ResponderEliminarDe ahí que entiendo perfectamente la desesperación y el cabreo de Apoteósica ante el aporreo pianístico de Aurelio.
Lo cuentas tan bien, tan divertido, y resulta tan sumamente original, que me ha encantado como siempre.
Disculpa Manolo, creí haber respondido ya a tu comentario. Por alguna razón no salió publicado. Te agradezco mucho tus elogios a estas traviesas historietas sin partitura. Es curioso como algunos os poneis de parte de una o de otra... cada uno habla de la feria, perdón, del concierto, según le va .
EliminarJijjiji...si señora apeteòsica parodia,que se da mucho en la cotidiana convivencia comunal...única como siempre,Ángel.
ResponderEliminarYa me gustaría saber... si tú eres de las que sacudes el mantel y dejas que las miguitas salgan disparadas sobre las ropa interior de tu vecina... o eres de la que se queda con resquemor por haber sido mancillada su ropa interior por el caer de esas "buenas migas"... como las que hacemos nosotras.
EliminarGracias, Fátima.