De la mano anduvimos
un tramo del camino.
Al compás llevábamos el paso
me sentía completa contigo
y también sobrepasada.
Es difícil de explicar.
Cada minuto eras tú,
todo lo llenabas tú.
Tú y yo, éramos tú.
Invadiste
todos los minutos de mi vida,
y todos los rincones
de mi casa,
con tu amor y tus papeles,
con tu esperanza y desesperación,
con tus ilusiones
frustradas,
antes de alumbrarlas.
Adopté tus sueños
como si fueran hijos…
y los cuidé
más que los propios.
Pero tuviste que marcharte.
¿Que cuándo te dejaré de amar?
Pregúntale al mar…
Esa mancha azul
que se ve allí, en el horizonte.
Él sabe de nuestros secretos
y de nuestras promesas,
de nuestros bocadillos
de sardinas en lata,
con tomate y sin postre
mas que aquellos besos
compartidos,
igual que el exiguo dinero.
El camino sigue pero tú
no caminas conmigo ya,
no roncas en la cama
ni agarras mis pies,
para calentarlos, entre tus manos.
No tengo tus abrazos, como solía.
Se marcharon contigo
No existe tu familiar figura
ni miradas en la nostalgia.
Sólo caminas
en mi pensamiento
como un recuerdo lejano.
Cada vez más lejano…
Ya no puedes cantarme
ni darme malas noticias.
Ya no me sigues a todas partes
como un perrito cariñoso
o asustado.
Ni te desplomas de madrugada
en el suelo del salón.
Ya no me echas el humo
de tu cigarro malvado,
Ni tengo que contar
las pastillas que te faltan
para terminar el día.
Ya no te encierras en el cuarto
durante horas,
a oscuras, tumbado,
para estar en silencio,
sin respirar casi,
para no existir ante el mundo,
para no sentirte a ti mismo,
para que yo no llorara
por verte así…
para que no llorara.
Ni tengo que consolarte
de tu propia tristeza.
De ese enemigo mortal
que convivía contigo,
como tu siamés.
Querido, querido,
yo sigo aquí,
y no olvido las promesas.
Así que, en algún lugar
de este trabado mundo,
incongruente y pequeñita,
confusa e indefensa,
en cada estación del año,
a cada hora del día
y de la noche,
con cada célula de mi cuerpo
y cada poro de mi piel,
te amaré siempre,
hasta que el mar se seque.
Recuérdalo… por si acaso
estás vivo,
todavía.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
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Fotografía hecha con estas gafitas que Dios me ha dado.
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Has contado una historia maravillosa y muy conmovedora.
ResponderEliminarSinceramente, me has dejado el corazón un poquito encogido.
Besos.
Vaya, Arantza, espero que no demasiado. Es una historia de amor como cualquier otra... o tal vez no.
EliminarGracias por leerla completamente a pesar de su extensión y del mensaje un tanto triste... o tal vez no.
Uffff, me conmueve muchísimo porque pareces vivirlo con la misma intensidad que lo cuentas de forma maravillosa. Recuerdos de un gran amor que se fue, nostalgia de la presencia de ese amor, nostalgia en todo, en lo bueno y en lo no tan bueno. Melancolía, tal vez tristeza, no se. Yo soy un llorón, y los ojos se humedecen, pero tal vez sea el colirio.
ResponderEliminarO tal vez un poco de todo. A mí me conmueve que te conmueva esta historia de amor e intensa, se mire por dónde se mire. Con tus ojos me parece que, a partir de ahora, mirarás todo viéndolo mucho más nítido. Acuérdate del colirio, cada ciertas horas... y sí, puede ser eso.
EliminarEres muy grande Ángel, cuánto amor cabe en ese corazón ¡me encanta!
ResponderEliminarGrande, grande... precisamente grande... Para grande el mar y, por supuesto, la generosidad de tus comentarios. Un besito y gracias, Fátima.
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