Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

26 feb 2015

SIEMPRE SOLA PERO NO SOLEDAD

Érase una doncella libertina. Perdón, divertida. Se hizo un traje con un mantel de cuadros para acudir a una fiesta de botijos de barro cocido... madrileño. Así, sin complejos ni nada,  porque era bastante apañada y no tenía para modelitos caros.

Se colocó unas enaguas de tul, en el interior de su cuerpo, y se pintó los párpados con brillantina de chino. Pensó que alguien bailaría con ella pero tuvo que aprender a bailar suelto, música moderna… de la de sus tiempos. De recuerdo, se quedó con el asa de uno de los botijos de cerámica, el único que era de Talavera de La Reina. Casi nada,  pensó. Y siempre sola. Menos mal que no se llamaba Soledad.

Hizo un curso de parapente porque amaba las alturas. De pequeña,  se deslizaba como nadie, por el tobogán. De mayor, los deslices eran exiguos. Pero nunca se lamentaba por nada. Muy moderna e informal en el vestir, sin collares ni abalorios. Contemplativa y romanticona.

Iba al cine una vez por semana; a los estrenos nada más. Comía gominotas, para engordar los sueños, y se sentaba en el centro de la sala a ver pasar al público hasta que comenzaban los spots publicitarios. Para el teatro no tenía. Era de escasos recursos económicos pero conformista, como digo. Y siempre sola.

En una de esas tardes de martes a jueves, tras pasar por la ventanilla de la taquilla para sacar la entrada del cine, se le acercó un niño travieso y le pegó un chicle en el pelo. No supo qué hacer mas que llorar. Y lloró y lloró, hasta inundar la sala. ¡La que se lió en ese cine del centro...! Alguien llamó al fontanero de guardia y a los bomberos. Y allí sucedió Lo imposible… mientras uno de ellos intentaba desprender la goma de mascar del pelo de su cabello, sin tomárselo ni en broma, un destello de los dientes de Úrsula se escapó hacia los ojos del héroe de carne y hueso, lo envolvió con su fulgor y le dejó patidifuso de amor.

Fue tan fuerte el sentimiento que despertó en el funcionario del Ayuntamiento que se hicieron inseparables desde ese mismo momento. Éste héroe, vocacional, no pudo menos que pedir la tarde libre, como para asuntos propios, y quedarse a ver la película con ella. Pero como no había butaca disponible a su lado, pues ya estaba vendida, hubo de conformarse con sentarse tres filas más atrás de su recién enamorada. Sólo podía ver la cima de su cabeza. No tuvo la menor importancia esto… Sus corazones, cuales iconos, flotaban por el aire… saturado de olor a palomitas de maíz y ambientador especial cines. Eso sí… a la salida se esperaron y se regalaron algunas carantoñas y tres besos tipo pico.

Actualmente van y vienen, y por el camino se entretienen, los tres: Ella, él y su manguera. Es fácil ver la silueta de este trío alejándose por el sendero del romance, con la contaminación de fondo, y una hermosa banda sonora, imaginaria, de final feliz de película. Todo es imposible… hasta que deja de serlo. Sobre la manguera sólo tengo que decir que no veo adecuado, la verdad, que le siga a todas partes pero siendo un bombero vocacional... puedo entenderlo. Es por seguridad, dice la manguera. 

Ah, el título de la película lo he mencionado de refilón, por si fuera de tu interés. No sé si te habrás enterado. Un filme de esos que se quedan en la memoria por el dramatismo que conlleva… Tremenda experiencia familiar, también con final feliz. Todos los protagonistas vivos. Igual que los de este relato. Del niño del chicle, no he dado descripción física para no crear alarma social.  

Úrsula, española, con derecho al voto, a pesar del nombre -es más mono Soledad-  no volvió nunca más a ir a fiestas de botijos  ni al cine sola… ni a tomar gominolas. (Ñam, ñam… con lo ricas que están).

                                                         FIN O VAYA USTED A SABER


Ángel C. T. ©2014

4 comentarios:

  1. Fátima Reyes García26 de febrero de 2015, 13:07

    ¡Menuda historia!, no sé por qué motivo me ha emocionado, casi hasta las lágrimas, quizás es que me identifico algo con tu Ùrsula, aunque sin bombero ni manguera.

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    1. Muchas de nosotras nos podemos identificar con Úrsula y con ese afán por comer gominolas entre escena y escena de amor. La soledad es la compañía más fiel que existe, Fátima. Un abrazo, amiga. Gracias por depositar tu emoción en esta nube de emergencia.

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  2. Supongo que en ocasiones me siento bombero, aquellas en que una soledad no deseada me invade, me aprisiona, y busco a mi "Ursula" amiga, solo para que me haga compañía, para charlar, para reir.......

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    1. Qué bueno es tener siempre cerca la compañía de amigos así, Manolo.
      Puedes contar conmigo para charlar, para reír, para comprenderte... y si me pilla ocupada en algún momento, siempre estaré por aquí... para leerme. Gracias, Manolo.

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